Ahí estaba.
De lejos dábame la impresión de que pertenecía a otro y yo seguía viéndola, escondido. Hay una campana llamando a la gente, encendiendo los ojos de la muchedumbre. Tú eres una persona. No era un engaño: "El domingo a las siete".
-¿Puedo hablar un momento contigo?
Pues son las siete, y tú estás ahí. Pero no estás sola, una morena ríe a tu lado; tú creo que tienes una ininterrumpida seriedad. Tendría que acercarme como dicen que hacen "los hombres", entonces tendría que dejar de ser yo. Ella ha crecido mucho en estos últimos días, no tiene dieciséis años, el de dieciséis parece que soy yo. Todo lo que le dije y de lo que callé, la aventura de cuadras enteras y su respiración, eso era, algo había pasado. Algo. Las tres noches anteriores estuve soñando, y si no desperté fue porque no quería vivir nada sin antes saber que era domingo y a las siete.
-Claro, dime.
No puedo dejar de tiritar. A mi lado encuentro personas que conversan. Entiendo que traman ir a una fiesta. Masco el chicle para sentir que estoy parado detrás del quiosco, junto a unos arbustos que también charlan, como si el mundo no dejara de conversar; siento roces que me despiertan, miro y sólo veo bultos que se mueven como partes de algo que quiere plegarse, inmediatamente. Todos van hacia la iglesia despintada, pero después sigue el jueguito del rotamiento. Se alejan dando rodeos, se unen, esas manchas. Todo está fuera de mí, yo lo veo todo, y también a ti. A lo lejos se mueve algo rojo, tus cabellos me dicen no sé qué. No entiendo.
-¿Pero no te molesta que me haya acercado, no?
No entiendo por qué sigo parado, mejor es irme. Nunca me atreveré. ¿Será que nunca ocurrirá algo? Algo como... no sé qué, siempre hay algo. Cuando te vi percibí eso. Tu rostro entero observándome que estaba avergonzado, y por eso no dejo de pensar, tú estás dentro de mi mente recorriéndome como un gusano, Mirella. Eres mujer, y yo soy un solitario que camina y que observa muchas cosas como ahora que la señora del quiosco me está aguaitando de reojo, pensará que le robaré. Observo que ahora estás con más personas, ya no son del tumulto, ahora tienen rostro. Desde aquí escucho tu risa y la bulla cesa. La rotación se detiene. ¿Te habrás acordado de que hablaste con un tipo hace tres días y te citó a esta hora? Pero sigues riendo, alguien con pantalones te da un beso, y un pellizco en tu costilla más baja que te hace retorcer y, junto con esa sonrisa, pareces una flor estremecida por el viento. El chicle sin sabor se endurece en mis dientes. El viento está forcejeando con las ramas a mi espalda y siento raspones, quizá me empujan.
-No, cómo crees.
-Quiero hablar contigo.
-Claro, ¿qué?
A mi costado la iglesia canta, adoran a Dios. Los ojos de los bultos creo que me apuntan. Tengo frío, ¿lo sabes?, ¿te acuerdas?, hoy nos hemos citado. Quisiera que voltees para que me veas, estoy encogido entre un árbol y un quiosco. Yo sé que me miras, pero no volteas. Ni siquiera preguntas qué hora es. Son las siete y media. Debe extrañarte que no me haya aparecido. Camino un poco, medio paso suficiente. Debo moverme, he venido para decirte que no dejo de pronunciar tu nombre. No es lo correcto quedarme aquí y sin decisión. ¿Alguien se preguntará qué hago aquí? Sí, es sospechoso. Un cigarro, señora. Es el humo que me acompaña, y en los dedos siento ese tubito esponjoso, ya no estoy solo, no pienses eso. No, sí, piensa eso, pero al menos voltea y mírame que estoy ahí, fuera de juego. No converso, no tengo una chica a mi lado, no tengo un amigo: sólo el cigarro y los árboles a mi espalda. Quiero que salgas de la bulla, deja a los adolescentes que están rodeándote, desaparece del mundo y encuéntrate conmigo para ver qué es lo que dicen y hacen los hombres cuando están rodeados de otros hombres.
- Hum... ¿puedo saber cómo te llamas?
No te vayas por favor. Quédate un momentito más, no importa, sigue con tus amigos. Si te sales de ese marco en el que te estoy sufriendo me quedaré ya sin esperanzas. Has volteado, estoy aquí ¿me ves? En frente. Ahí está tu rostro, te he tenido a unos centímetros una vez, tan cerca te he visto pensar cuando me miras, y ese ojo aún lo recuerdo, un ojo lleno de algo. Es ese algo lo que hace que me quede quieto y que escuche el murmullo jugoso de mis órganos. El latir pantanoso de mi ingle. Me siento un corazón, toda mi humanidad late viéndote en un espacio sideral, no existe el tiempo desde que me acerqué a ti. Y las siete de la noche que me dijiste no es la hora, es el lugar. Sigo quieto y la marabunta de la iglesia empieza a salir, para reunirse y separarse. Los vendedores también están jugando el juego de la rotación o del espiral, ofrecen golosinas, canchas, ramos de alguna planta seguro simbólica en la religión. Venden. Venden. Veo eso: ventas para la Humanidad, para que el círculo no se detenga. ¿Y a dónde te has ido? ¡Oh, no! De tanto hablar solo te he perdido de vista. Escucho mi respiración. Mis ojos lagrimean cuando fumo, el chicle reconoce mi existencia, siempre me ayuda a hacer algo; muerdo, sigo mordiendo. Tú no estás.
-Mirella.
Trato de huir del escondite porque se me pegan, yo quería estar solo, siempre deseo estar mirando, me gusta mirar mucho, ¿sabes? No hay rescoldo de soledad en este lugar. En este parque bonito, verdoso y lleno de bulto, junto a la iglesia y a los mercados. Todo se está moviendo y debo huir, pues yo soy el que veo y no soporto estar apuntado con miradas. No me miren cuando yo veo a Mirella regresar, ahí estás, con alguien otra vez. Por eso he venido a husmear, a oler el tibio aliento de los seres, porque tú estás ahí. Para entrar en la distorsión tengo que conversar, hacer chistes (tan infeliz gente, ¿tanto sufre?, sólo quiere estar riendo), sonreír porque es así como vive la gente, aunque no quiera. Tendré que acercarme cuando más nos tuvimos que encontrar al mismo tiempo, no debí buscarte como algo que la sociedad vende. Deberías haber estado en el mismo momento en que fui a ese lugar a las siete, y fue así pero... no sé qué pasa con la realidad, me aturde. Sin embargo tengo que acercarme y sacarte de aquella rotación para detenerte. -Quería decirte algo, pero no sé por dónde empezar. En verdad no sé qué decirte.
-Pero dime.
-En verdad no tengo nada que decir, sólo quería verte ahora y también después.
-¿Y para qué?
Ya siento el sonido estrambótico de las palabras dichas sin motivo. Me han despertado de mi cama de seda como tu piel y nublosa como mi mente, donde todo era oscuro. Siento en mis pies el suelo en movimiento y los golpes de las ropas aquí, en mi cuerpo de corazón latiendo, como barro en las piernas. Mis pásos débiles y negligentes en el terreno inexplorado, veo a los infantes con rostros parecidos al mío, dibujados de indiferencia en manos de sus padres, alguien que les diga por dóndo ir, y yo sigo solo en medio de las personas, caminando en busca de algo. Tú eres algo, o tú tienes algo, y quiero descubrirlo pues ello me ha adormecido de tanto ver y de tanto no vivir. La vida me llama a tus pies, tú eres la solución. Y por eso voy.
-No lo sé, sólo deseo verte de nuevo.
-Bueno, ahora estoy apurada. Otro día me podrás ver entonces.
-¿Pero cuándo?
-Cualquier día, yo siempre paso por acá. Ahí me verás. Bueno, pero si tienes que decirme algo sólo llámame.
-No deseo decirte nada ahora, y después no sé. Sólo quiero verte.
-Mira, no sé qué quieras. El domingo estoy aquí, a las siete; chau.
Lo único que sé es que Mirella está a unos metros de mí, es una persona que me absorve pues hace que salga a la luz después de años de vivir en el fondo. Me ha aturdido. El fin es ella. Ya no pienso en nada, ella me está viendo ir a su lado, no me importa nada, ella vestida de rojo me está llamando sin moverse. Su mirada está plenamente en mi cuerpo, alguien le dice algo y ella no presta atención. Es él, el que quiere verme, pensará. Me sonríe o se burla, no me interesa, pero ya sé qué es lo importante en ella, es ese algo que no tiene nombre: tal vez sea mi dios. No miro a ningún lado, le digo que venga con una señal cuando me detengo a unos pasos, y viene sin decir nada, sin hablar ya está todo hecho: la estoy viendo otra vez. Y ese algo se me presenta.
-¡Hola!, por fin te acercas -me dice tan natural como cuando la vi hablar con sus amigos, no había diferencia: la misma sonrisa, el mismo gesto de modelación-, ¿qué hacías parado al frente? Mis amigas se están riendo. Ven, te las voy a presentar; pero no les digas que nos hemos conocido recientemente.
-¿Y por qué? ¿Qué de malo hay? Además yo no quiero hablar con nadie, no sé cómo comportarme.
-Vamos -y me tomó del brazo. No supe qué hacer cuando me miró sonriente, y sentí sus frías manos y ese Algo no me dejaba pensar de puro deseperado.
-No quiero, quiero estar a solas contigo.
-¿A solas, para qué? -se detuvo, dejó de sonreír.
-No lo sé... para hablar.
-Pero tú siempre quieres hablar y al final no dices nada.
Cuando dijo siempre me dio la impresión de que nos conocíamos por años. Era la segunda vez que la veía. Así se comportaba frente a sus amistades, me trataba como si fuese otra persona más de su eterna confianza. Yo no era aquél a quien ella se dirigía, sin embargo estaba ahí. Como no quise moverme, me habló de temas que no tenían importancia. Creo que mi terquedad de quedarme parado ahí destruía un mundo que ella había formado conmigo, sin habérmelo preguntado. No le importaba siquiera cómo me llamaba. Ya lo dije, allí era otro. Después de todo era conveniente, nunca pensé hablarle de mí ya que me quedaría en el abismo por tratar de desentrañar lo que soy, así que ser otro era más fácil que ser yo. Por eso sólo la miraba que movía los labios hablando cosas sin sentido verdadero. Entonces cuando tomé la realidad de las cosas, cuando mi filosofía me explicaba que dejándola hablar de ese modo la estaría perdiendo, ya que se asemejaba más a lo pueril y lo pueril era el enemigo, me di cuenta de que debería detenerla de una vez por todas, ella estaba estúpidamente en el mundo de la bulla.
-Ven un momento conmigo por favor -la seriedad con que lo dije debió sacarla de todos sus pensamientos. Mi deber era traerla a mi soledad, porque ella tenía que llenar mi vacío.
-¿A dónde? -respondió casi sin objeción.
-A sentarnos; quiero decirte algo tan importante que si no lo hago, ya no podré seguir viéndote.
-Es que no te entiendo, ¿por qué no me vas a ver -me miró extrañada-, yo no te estoy alejando de mí
-Pero es así, tú prefieres estar con otras personas, y yo sólo quiero tenerte solita a mi lado -le dije.
-Pero a ellos los conozco de tiempo y a ti... Ni siquiera sé cómo te llamas -se detuvo-. Oye, verdad, ¿cómo te llamas?
- Llámame Aquiles.
-Está bien, Aquiles, jejeje, vamos a sentarnos.
Al dirigirnos a una banca me abstraí enormemente que no me percaté que Mirella seguía hablando y yo no la hacía caso. Miraba nada más, fijamente el viento.
-Bueno, ¿qué quieres decirme? -me inquirió, a punto de sentarnos, tan indiferente al fin de mis palabras, o a la frivolidad general de las palabras, como pidiendo ir al baño sin quererlo.
-Nada, sólo quiero darte un beso.
-Tú estás loco, ni te conozco. Ahora ya no quieres sólo verme, sino que quieres besarme, ¿y después qué más vas a querer? -dijo sin sonrisa, quizá afectando molestia.
-No lo sé. No sé cómo hacerte creer que entre todas las personas que existen, tú y nada más que tú me basta como para que te quedes conmigo así sea solos en el mundo.
-Tú eres muy brusco, no creas que soy como todas. Primero debo conocer a la persona y ser su amiga y después quizá sea mi enamorado; pero tú defrente ya quieres que te bese.
-No es que no me interese tu vida, la cosa es que no me importa si seas buena o mala como para querer conocerte, no tiene importancia.
-¡Cómo que no?
-Yo lo único que sé es que tres días enteros he pensado en ti y estoy loco de tanto hacerlo; la vez pasada sentí que solamente tú me podrías hacer feliz. Primero pensé que sólo con verte era suficiente -hablando así, ella me tomó del hombro como tranquilizándome al escuchar mis palabras medio turbulentas-, pero ahora me muero por darte un beso.
-¿Estás enamorado de mí?
-No lo sé, no me interesa saberlo. Ya te he dicho, sólo quiero besarte.
-Mira, tú me gustas, pero así no son las cosas. Yo no soy un objeto de tu satisfacción. ¿No te interesa lo que yo pueda sentir?
-Por eso quiero besarte, así sabré si yo soy el que también te podría hacer feliz. Para saber si por mí eres capaz de olvidar las tonterias que hacen en el mundo creándose dogmas para tener amigos, y hasta dan instrucciones de cómo se debe tener sexualmente a una persona creándose la palabra amor.
-Mira, no sé si está bien, creo que soy una loca, pero no importa, ¿quieres ser mi enamorado?
-Siendo tu enamorado ¿podré besarte?
-Pues claro.
-Entonces sí, quiero ser tu enamorado. ¿Me dejas besarte?
Mirella con sonrisa de una burla tierna, y realmente libre y feliz, me dijo: "Está bien".
-¿Y luego? -le pregunté.
-¿Y luego qué?
-No sé, ¿que debo hacer como tu enamorado?
(2003)
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