Se ama al superior, pues el superior es más grande y poderoso que yo. En otras palabras, se ama lo que causa admiración (thaumáthen). Pero se ama no porque uno lo quiere, sino por necesidad (deomenoi), esta fuerza superior ante la que nos encontramos nos obliga a agachar la cabeza. Por no perder la vida, uno tiene que sumirse, aceptar la superioridad del otro y admirarlo. Después de la admiración viene el amor. Se ama al amo, al que manda.
Si Dios se nos presenta como un poder sobrehumano, el hombre por obligación tiene que amarlo, pues de él depende su vida. Si yo no amo la naturaleza y actúo ante ella como miserable y la daño, la talo, la contamino y no la cuido, entonces ésta va a tener que demostrar por qué es Diosa, pues no por las puras se le tuvo respeto por muchos años. La Naturaleza forma parte de uno de los círculos a la que pertenecemos, nuestro cuerpo es finito ante ella que es infinita. Nuestro cuerpo por “necesidad”, por comida, por reproducción, por salud, necesita de ella, ella no nos necesita, ella es más grande que nosotros. Lo divino se manifiesta de ese modo, por la dependencia vital que tenemos ante ella. Se le ama por que necesitamos de ella.
Veamos de manera sistemática y figurada como funciona este mecanismo religioso. Somos voluntad, al menos el que interviene en este sistema es esa tendencia queriente, es una fuerza que intenta expandirse. El ser humano se abre a lo exterior porque necesita de ello. La necesidad misma, el hecho de que nosotros necesitemos de algo, hace que dependamos. Y también esto nos muestra que lo otro que está fuera de nosotros y lo necesitamos es algo que tiene nuestra misma sustancia. Así, mi cuerpo necesita cuerpos, mi materia necesita materias. Pensemos que esto es nuestra voluntad: un punto en expansión, como una mano que quiere coger.
Nosotros somos un ente que estamos en constante expansión. La expansión es signo de nuestra voluntad de poder. Pero esa voluntad va a encontrarse con fuerzas que vienen de otros entes, que pueden ser aniquilados por nosotros, podemos quitar le vida a un perro, a una planta, podemos desintegrar una piedra, etc. Pero no podemos aniquilar a aquello que no es un ente más. Sino más bien es el fundamento de todos los entes. De la Naturaleza brota las plantas, los animales, los ríos, los truenos, todo lo material, y es algo que no podemos saber cómo se realiza. ¿Cómo podemos aniquilar a la Naturaleza? Ante ello hay una experiencia trascendental de infinitud. Pero sabemos que ella nos puede aniquilar, la muerte de un ser humano no es nada para la Naturaleza. Nosotros, a pesar de todos los avances tecnológicos, estamos a su merced, sin que esto pueda remediarse algún día. Nuestra pobre voluntad sufre de ello, se siente finita y sin siquiera la esperanza de que algún día la pueda vencer. Mucho peor si se la destruye, pues nuestro cuerpo depende de ella y no es posible salirse de ese círculo al cual estamos condenados.
Lo divino siempre se presenta como infinito. Pueden existir fuerzas poderosas, hombres poderosos, pero son posibles de rebatir, aunque sean muy difícil. Lo que sentimos ante lo divino es la imposibilidad.
Cuando nuestra fuerza recibe la negación, sin que por ello no se niegue momentos de afirmación, y según Nietzsche eso es la felicidad, entonces se produce el retraimiento, la represión de fuerzas. La represión de fuerzas provoca la tensión dentro del ente, la intranquilidad, el posible desfallecimiento. Ante ello están los impulsos de defensa que subliman esas fuerzas negadas que ocasionan inteligencia. En el caso del hombre, este sublima su fuerza material y pasa ésta a un plano espiritual. Envés de despreciar esa fuerza que le presiona lo acepta como superior y lo admira, lo ama. Con ese artificio la fuerza que niega nuestra voluntad pasa a ser no nuestro enemigo sino nuestro protector, nuestro amo, a quien se le debe amor. Dios es amor.
Este se puede relacionar mucho con la experiencia del amor, que en muchos seres humanos tal experiencia parece una experiencia religiosa. Y es porque tiene el mismo sistema aunque con una diferencia muy sustancial, lo otro que se diviniza en la experiencia del amor no es el Ser, no es infinito, sino algo finito, perecible.
Una voluntad en expansión puede ser un hombre cualquiera. Él quiere expandir su poder y traerse para sí una mujer. Es un conjunto finito que quiere meter a sus límites a otro conjunto finito. Tenemos que utilizar muchas metáforas en nuestro lenguaje para que se perciba la relación. El campo de acción de este hombre es todo lo que puede hacer y pensar. Pero querer coger a otro ente para sí, en este caso a una mujer, significa que también el campo de acción de la mujer le pertenezca. Quiere tener su cuerpo y su alma para sí, su voluntad le pide eso. La mujer, por su parte, no es un ser infinito, pero puede parecerlo. Ella se niega. Antaño no la protegían las leyes y era cogida a la fuerza por el hombre (y por ello es que antiguamente no se adoraba mucho a la mujer). Pero en nuestras épocas no se puede hacer eso, se tiene que utilizar otras estrategias para cogerla (coger su alma y su cuerpo). Pero a nuestro hombre, utilizando todo su poder, aun se le niega la mujer, las fuerzas de la mujer son más poderosas. La voluntad produce una cierta sustancia hormonal que mientras más quiere más se produce. Esas hormonas necesitan ser desechadas en el otro para afirmar mi poder. Cada vez que sentimos que nuestro poder se ensancha nos sentimos felices. Cada vez que tomamos un territorio nuevo, metemos a nuestros soldados allí, votamos nuestras hormonas como depósito de nuestro poder en el otro. El perro orina cuando quiere delimitar su territorio. El hombre vota estas sustancias donde hay tierras que le pertenezcan, cuerpos (pueblos) que haya vencido. Ahora, si no hay dónde votar estas fuerzas materiales, el ser humano sublima esa fuerza material en espíritu. Por un mecanismo convierte a su “víctima” objeto de su deseo, en divina. Ya no hay deseo, así parece, pues el deseo pasa al inconsciente, y se figura que ella es una diosa a quien se respeta. Ya no se lucha por tomarla, sino le pide, le ruega, le ofrenda, porque él ya no es el importante, sino ella. Ella se convierte en su diosa. Es su amo, y por ende se le ama. He ahí el amor. No es por nada que se dijo más arriba, que uno puede decir te amo, pero en el fondo “suda a goterones”, para repetir al buen Nietzsche, en el fondo de su inconsciente, para repetir a Freud, la quiere tomar para sí, la quiere, en términos físicos, “comer”.
1 comentario:
Dante estuvo aquí
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