El tema de ahora es muy interesante, porque se refiere a cuestiones que tienen mucho que ver con la vida liberal y moderna que nos ha tocado vivir y su relación con la mujer y la religión, nada más controversial y a la vez provocador.
Un verdadero pensador no querrá solamente resumir las ideas de Weininger y de Wittgenstein sobre misoginia y antisemitismo, sino que irá más allá de ello y se colocará como interlocutor de sus propias ideas. Weininger y Wittgenstein serán sus consejeros, incentivarán su espíritu, aflorarán su imaginación, serán sus medios. Solo así se puede pensar.
Me interesa Weininger porque se opone a lo femenino y a lo judío. Ambos pensadores vieneses priorizan la vida del ser humano como individuo frente a lo demás, como cuando Wittgenstein decía que no podrá ser un lógico si antes no se comportaba como hombre, como un verdadero hombre. Hay una especie de conocimiento de lo que es un verdadero hombre en ellos, de lo que sería su esencia. Weininger al describir al genio (al hombre en sentido pleno) menciona que éste debe reconocer su Yo, debe conocerse así mismo internamente y sentir lo absoluto, decir este soy yo y este lo absoluto. Señala que la mujer y el judío no tienen yo, viven vulgarmente porque no tienen vida interna, no reconocen su esencia. Y lo más importante de todo ello está en hay en ambos un afán por decir la verdad.
La vida moderna se acomoda a un modo que favorece y prioriza la vida de las mujeres y de lo femenino (entre ellos las diversas especies de homosexualidad que existen). No hace falta más que ver la televisión y encontraremos mujeres y homosexuales dominando el mundo a su antojo, promoviendo valores liberales. La vida moderna al encajarse tan bien a la vida de la mujer debe tener entonces criterios feministas que sostienen su cosmovisión, por ejemplo la idea de que no hay algo así como la esencia del hombre o el fundamento del mundo. En otras palabras, que no tenemos un Yo, el yo se balancea y se disgrega en el tiempo, no hay nada estático y esencial que nos permita reconocernos como tal y nos guíe en nuestra conducta. Actuar bien y decir la verdad. Como lo querían Wittgenstein y Weininger, era vivir en correspondencia a una verdad, respecto a un Yo, a una esencia del hombre. La mentira es inmoral y se hace amoral cuando las acciones y palabras de los hombres modernos se desligan de su esencia. Si vivo de una manera y otro día de otra, no importa, no cometo ningún pecado porque no hay un patrón eterno de cómo debe vivirse. En el mundo de ahora se está dejando la costumbre de garantizar algo con la palabra de honor. A una mujer no se le puede pedir que tenga palabra.
Reconocer nuestro Yo también quiere decir ponerse en contacto con nuestro pasado, el pasado nos dirá la verdad, por ello no es moral cambiar el pasado. Dependemos del pasado para enfrentarnos con la realidad, el pasado debe ser respetado. En nuestros tiempos, las voces del pasado, los ancianos, son casi tratados como animalitos inconscientes. El pasado no importa para ellos, el pasado les ofrece cosas confusas, inextricables, que su censura no quiere resolver. Freud, otro antimoderno, piensa que llegando a conocer nuestro inconsciente, entiéndase como nuestro pasado, podemos conocernos mejor. Al hombre de ahora no le interesa conocerse, no le interesa hacer una introspección. A aquellas mujeres que salen en la televisión y que son prototipos de mujer para las demás féminas y féminos no les interesa cultivar su Yo, en cambio pagan lo que sea por perfeccionar su apariencia, porque en este mundo de hoy la apariencia es lo que importa. Ser o aparecer, lo que se quieres es la unión armónica de ambos, que el ser cumpla su labor y el aparecer también.
¿Cómo es que a esta crítica a la superficialidad de lo femenino se le inserta el espíritu judío? Se nos dice que el espíritu judío tiene las mismas características de lo femenino, el vacío interior, la debilidad, etc. Sabemos que los judíos resaltan como grandes comerciantes, son importantes para la época porque son los que manejan el dinero. Para vivir en este mundo hay que tener ambición por el dinero, que este se convierta en un fin, la tendencia a la acumulación. Para lograr ese objetivo, para que uno sea un empresario hay que olvidarse de las formas, si se trata de vender algo no importa si ese objeto vale, la cuestión es hacer creer que vale. En ese aspecto la industria ha tenido su evolución a medida que el comercio ha ido creciendo, de priorizar la calidad pasó a priorizar la cantidad, con apariencia de calidad. En la educación de ahora, en los colegios privados manejados por empresarios se da esta tendencia de no prestar atención al hecho mismo de la educación, sino a construir una apariencia de que se está educando, lo que interesa es que el colegio se llene de alumnos el ejecutar una educación verdadera. La idea de venta, el trabajo del empresario, está muy relacionado con el hecho de ofrecer apariencias, ilusiones, hacer creer algo que no es. Ese trabajo que nada en la apariencia es el que domina el espíritu judío. Es el que domina la mujer, el homosexual. Aquello critica Weininger y Wittgenstein en sus obras y en sus vidas. Es una crítica a la época, al dominio que está ejerciendo lo femenino sobre lo masculino, la apariencia sobre la esencia, todo lo pasado, lo viril, lo honorable, lo moral se está feminizando. Al parecer vivimos una época estupenda, al parecer, digo.
Jaime Pereyra