La palabra de origen griego "isósceles" se compone de dos significaciones: 1) iso (igual) y 2) sceles (pie o piernas). Nosotros conocemos la palabra a partir de la geometría por el triángulo isósceles. La palabra, si la tomamos desde su significado originario, significaría "pies iguales" o "piernas iguales". Cuando los geómetras intentaron dar nombre a esa figura ideal que nosotros llamamos triángulo isósceles dijeron que era como "dos piernas iguales" o se parece esta figura a dos piernas iguales.
Es una ley que a nuestro mundo de representaciones aparezcan cosas nuevas al cual les falta poner nombre (darles ser). Objetos, figuras, situaciones o algún pensamiento nuevo siempre aparece a lo que nosotros conocemos y necesitamos nombrarlo de alguna manera. Para ello utilizamos las metáforas, las semejanzas. El material del cual nos servimos para hablar de lo desconocido o de lo a-nónimo son los nombres de los objetos o situaciones que ya conocemos. Para dar nombre a esa nueva figura que ahora se llama triángulo isósceles tuvimos que buscar semejanzas, a qué cosa se parece ese nuevo ente (ideal) y utilizamos el nombre de "pierna" y el relacionante "igual". De ese modo nuestro cosmos, nuestro mundo conocido, va llenando su repertorio de nombres (o entes) bajo el dominio de la metáfora.
Si seguimos esta lógica, es válido pensar como lo pensaron Lakoff y Johson en su "Metáforas de la vida cotidiana" que las palabras, especialmente las nuevas, se reducen a significaciones anteriores, a nombres o voces primitivas que ya no se reduzcan a algo más anterior.
Dar nombre significa emplear una metáfora, es la acción de dar ser a lo desconocido con nombres conocidos. En lenguaje kantiano diríamos que se da el traspaso de "la cosa en sí" al "fenómeno". En términos metafísicos, el paso del Ser al ente a través del puente lingüístico.
Se ha pensado muchas veces que la metáfora está solo bajo el dominio de los artistas, especialmente de los poetas. Como si el lenguaje cotidiano y dentro de él no se hablaría de metáforas. La existencia de palabras nuevas implica que se ha hecho uso de alguna metafora.
Mi crítica, a partir de esto, no se da contra el uso de la metáfora, sino contra el abuso de ella. "Buscarle tres pies al gato" en este sentido significa regodearse y vivir en la metáfora. ¿Para qué tantas metáforas? Las películas, las poesías, las creaciones estéticas (sensibles) pululan de metáforas y se piensa que mientras más difícil sea la interpretación, de una película por ejemplo, más vale.
Esta tarea de interpretar o crear metáforas más allá de lo necesario y que se convierte ya no en una tarea vital del hombre (como el de dar ser) sino en un pasatiempo, o en un hobbie, es lo que produce la mala literatura o las malas películas.
Nuestra tarea ya no es interpretar metáforas de metáforas, sino en interpretar las metáforas que hay en nuestro lenguaje cotidiano si así nos queremos acercar más al mundo conocido y desconocido que habitamos. Si las cosas, ideas o situaciones tienen nombre, ¿para qué darles otros nombres? ¿para qué hacer poesía de ellas? Hagamos poesía de lo desconocido, demos nombre a aquello que no lo tiene, no perdamos tiempo en jugar al niño engreído que escribe o pinta algo y al cual nosotros, como zopencos, debemos interpretar.
JAIME PEREYRA